Sonia López paladina boricua del ritmo tropical
miércoles, 19 de julio de 2006
 
 
 
 
"La tarima es un santuario" fue el lema que le inculcó a Sonia López su padre, el músico puertorriqueño Papá Candito. (Colección Sonia López)
Están llenas de callos; eso las hace más fuertes. El de sus manos es un cuero áspero, y por eso también se ven más grandes de lo que son en cada golpetazo que le someten al de las congas.
Esas protuberancias que, como ella misma explica, "empiezan como bolitas de agua, duelen cada día más y más, y de repente son parte de uno, de este trabajo", la magnifican. Acumulan 40 años de entrega al sabor de la música tropical casi ininterrumpidos, evidencian la fuerza física de una percusionista empedernida, metaforizan la fortaleza espiritual de una mujer que le dijo que sí al reto de imponerse con valentía en un mundo dominado por hombres, y le pagan con masacote de calidad al público que la encumbró en una industria carcomida por el mercadeo y los grandes intereses en detrimento de la excelencia sonora.
Sonia López dice que morirá en la tarima y "con las botas puestas", pero su sonido inigualable la contradice, porque esa cadencia rebelde jamás permitirá que desaparezca de las páginas de la historia de los ritmos afrocaribeños urbanos del siglo XX.
Ese ritmo desafiante determinó sus pasos cuando su padre, el recordado músico puertorriqueño Candelario López Salas, mejor conocido como "Papá Candito", se empecinó en aprovechar el sorprendente talento de su niña para memorizar acordes y claves, pero en instrumentos que se ajustaran "a lo que se aceptaba en esa época" para una mujer: el piano, el bajo y el saxofón.
También guió su sendero en la instrumentación cuando, junto a su primer esposo, Radamés Romero, fundó la primera fase de la hoy Gran Banda: Las Estrellas de Sonia López, la agrupación que, contra la corriente de la industria y la "invasión" de las influencias externas, defendió la esencia boricua de la salsa dura para el bailador.
"La tarima es un santuario", le repetía su progenitor una vez aceptó que la efusión percusiva la compartían en la sangre y le permitió permanecer en el altar de las tumbadoras. Esa frase se convirtió en un lema de vida al que añadió la importancia de rendir honor a uno de los artes más preciados de la música afroantillana, el de tener la capacidad para diluir en la pista de baile las tristezas y transformarlas en alegría y movimiento.
Lo puede afirmar porque sintió el dolor de extrañar esa experiencia en el año 2000, durante el que enfrentó un cáncer de colon ya completamente vencido, apoyada en el mismo temple que endureció su soneo de congas hasta hacerlo incorruptible con un repertorio ajustado al gusto de los oídos que complace.
Así de difícil podía llegar a tornarse la tarea de dirigir su vida como la función de directora de orquesta, una mujer que ha tenido que imponer el doble del respeto en la sociedad profundamente machista de los años setenta, ochenta, noventa y actuales de Puerto Rico, ávida para señalar críticas destructivas a la menor provocación. No obstante, nunca claudicó en ninguna de esas dos facetas, intrínsecamente vinculadas, porque su vida "es ese mismo sonsonete de congas".
Si bien es cierto que esa decisión drenó las energías que pudo haber puesto en la composición y el cántico, como ella misma admite, "fue mejor que ocurriera así, porque cantantes hay muchos, compositores también", pero defensores y propulsores de los retumbes boricuas frente a la modernidad eléctrica y sincrética, "muy pocos".
"Si yo volviera a nacer, volvería a ser conguera. Pero estaría dentro de los cueros de mis congas y no de mi cuerpo, porque yo creo que el éxito de una organización musical está en el ritmo, en esa cosa que te pone a bailar. Apaga el resto del sonido de la orquesta y deja solamente las tumbadoras y el güiro. Cierras los ojos y abre los oídos, y lo que vas a oír es lo mismo que se escucha en los zapatos de los bailadores en la pista, el ritmo que uno les da, que uno les mueve", explica Sonia López mientras resiste la fuerza de gravedad que la pasión por la música tropical le imprime hasta llevarla cerca de sus congas.
 
 
A las congas sí o sí
Cerca del barrio Trastalleres, en la parada 18 de Santurce, nació en 1945 Sonia López, la más pequeña de los siete hijos de Papá Candito y Diosdada Díaz Irizarry, familia que, al cabo de un año, se mudó a Bayamón.
"Yo recuerdo que, desde los cinco años de edad, cuando yo me levantaba de la cama, iba a la sala y encontraba un montón de instrumentos por ahí regados. Yo llegaba poco a poco hasta el cuero de chivo sin curar que papi tenía y me ponía a tocar", narra quien se crió con cinco hermanos y una hermana y cursó sus estudios primarios en la escuela "Virgilio Dávila", en Bayamón.
Además de aprender el piano y bajo en la banda de la escuela desde que estaba en primer grado, Papá Candito la obligó a estudiar saxofón con el insigne instrumentista puertorriqueño Ángel "Lito" Peña, uno de los fundadores de la Orquesta Panamericana, en Carolina.
"Me acuerdo que me comía un guineo en el camino con 10 centavos para la guagua. Papi, de cascarrabias, me regañaba porque yo a escondidas practicaba las congas en vez de los otros instrumentos", acota.
Hasta que una vez, en 1953 y cuando tenía ocho años de edad, Papá Candito se rindió y se la llevó a uno de sus espectáculos en Isabela. Relata Sonia que la sentó en varias cajas de refresco y desde allí hizo resonar hasta el último toque percusivo para demostrarle a su padre que eso era lo suyo. Él fue el primer hombre al que tuvo que convencer con su talento de que ella sí daba duro con las manos.
Así, tocando de todo: cumbia, mambo, son y guaracha, le salieron los primeros callos, "con papi alrededor de la Isla como por cinco años más", aproximadamente hasta 1958.
"Yo iba a las congas sí o sí", afirma risueña.
 
 
Rebelde con su música
Como se graduó de cuarto año de escuela superior en dos años, Sonia López tuvo tiempo para perfeccionar su técnica en la percusión, de la cual se iba enamorando tan intensamente como de Radamés Romero, el padre de sus cuatro hijos: Sonia "Sonny", Widalys "Yiyi", Diosdada "Deddie" y Radamés "Tito".
De esa forma, a los 16 años contrajo matrimonio con el músico, a pesar del disgusto que esta decisión le provocó a Papá Candito. Esa desaveniencia, curiosamente, se arroparía con la creatividad musical de Radamés y la audacia de Sonia a partir de 1968.
"Yo tenía 23 años y cuatro hijos cuando él (Radamés Romero) me regaló unas congas y me dijo: 'Yo voy a hacer un minicombo', porque no se llevaba bien con papi y quería hacerle la competencia", detalla Sonia.
Aquel "minicombo", Sonia López y Sus Estrellas, trascendió al punto de que, en menos de un año y medio, habían recorrido la Isla en fiestas patronales y hasta se habían presentado en Nueva York.
Por supuesto, Sonia secundó a su esposo cuando se le ocurrió la idea de incorporar al grupo a Myrna Liz Rosa, nombre real de la indiscutible diva del canto salsero, Micky Vimari, quien cantaba junto a Kiko Rosado y Josean Huertas.
"Fue tan rápido el éxito de estos siete músicos y esa gran cantante que papi dijo: 'Bueno, me están haciendo la competencia aquí, así que váyanse a Nueva York'", donde intercalaron presentaciones con Tito Puente y Charlie y Eddie Palmieri, entre otros, especifica.
De hecho, el sello discográfico Fragoso los invitó a grabar el disco "Sonia López la de Puerto Rico" (porque había una mexicana), de los cuales se desprenden los éxitos "El muerto no lo cargo yo" y "Sonia jala jala", escrito por Benjamín Muñiz.
 
 
La competencia la hace crecer
Toda vez que Radamés Romero se dio cuenta de que las grandes orquestas atraían más público por su sonoridad y no necesariamente por su carácter ostentoso, consultó con Sonia López la posibilidad de agregar al Tremendón Combo, nombre que adquirió el grupo al grabar con el sello Montilla su segundo disco, "Fua", una sección de vientos más completa.
Luego de estudiar con cautela la propuesta, como hace cuando de modificar el estilo de su banda se trata, Sonia López accedió.
"Añadimos dos trompetas más, un trombón y otro saxofón, menor. Con los arreglos de Elías Lopés aquello sonaba bien armónico", opina Sonia López sobre la nueva etapa que atravesó su grupo entrados los años setenta, época de auge de la salsa en manos de la poderosa compañía Fania.
Y entonces, ya Papá Candito no era la única competencia. Las agrupaciones orquestales proliferaban tanto en Puerto Rico como en Latinoamérica y Estados Unidos, y los guisos iban a tener que hacer frente a iconos como Fania All Stars, la Sonora Ponceña y El Gran Combo de Puerto Rico.
Más que ese panorama, sin embargo, a Radamés Romero lo seguía hincando la espinita del rechazo de su suegro, "y, con tal de hacerle la vida imposible a Papá Candito", comenzó a idear con Sonia una nueva estrategia para mantenerse a flote en ese convulsado mundo musical.
De esa forma, el Tremendón Combo, del que Micky Vimari emigró para volver en 1979, empezó a grabar con letra las canciones que Papá Candito había hecho instrumentales, como "El jibarito va" y "Pa' comer pasteles".
Sería el último trabajo en equipo que realizaría Sonia junto al padre de sus hijos, justo en la mitad de esos "ajetreados" años setenta, repletos de trabajo en fiestas patronales, bailes y hoteles. Aquella mujer de manos callosas y carácter fuerte se quedaría sola con cuatro hijos en casa y 15 músicos en la tarima, aunque por poco tiempo.
 
 
Su cónyuge es el soneo
Cuando en 1975 su esposo Radamés Romero murió tras un aparatoso accidente automovilístico, Sonia López supo que tendría que desahogar su dolor dándoles fuerte a las congas en la tarima, pues había varios compromisos con hoteles y fiestas patronales y "había que cumplir".
Su sentido de responsabilidad trascendió la adversidad y la armó de valor para seguir capitaneando la orquesta. Con el objetivo de asegurar la supervivencia de la agrupación, añadió como trompetista principal al dominicano Bobby Quesada, amigo de Johnny Pacheco que trabajaba para el sello Fania a cargo de la orquesta La Mafia del Guaguancó.
"Y nos enamoramos. A los dos años nos casamos", narra.
Así, en 1977, el Tremendón Combo de Sonia López pasó por varios cambios de nombre que trajeron consigo un proceso de transformación.
La innovación estribó en los nuevos arreglos de los que se encargó Bobby Quesada, descritos por Sonia como "bestiales, que llevaban la cosa fuerte de la salsa" a todos los géneros que tocaban. En ese tiempo, por cierto, la presencia del merengue en la agrupación se hizo más fuerte, aunque Sonia insiste en que el plato principal era salsoso.
De hecho, fue Bobby quien descubrió el talento de la hija de Sonia, Diosdada "Deddie" Romero, a quien entregó el número titulado "La salserita", que en cuestión de meses se popularizó, cuenta la conguera.
Pero en 1979, regresó Micky Vimari pidiendo trabajo porque Richie Ray y Bobby Cruz, con quienes cantaba, "se habían convertido al Señor y ya no le daban trabajo", relata Sonia López.
Y como "Deddie estaba pegada hasta más no poder", la envió a Nueva York acompañada del músico Primitivo Santos y a Venezuela de la mano de Roberto Romero, otro de los hijos de Papá Candito. Mientras, la Gran Banda alternaba con Micky Vimari y Papá Candito, con quien había mejorado la relación filial.